Moscú en diez estaciones
El recorrido por el Metro de Moscú permite conocer más de cerca la belleza, el arte y la historia de la capital rusa.
El Metro de Moscú, inaugurado en 1935, es quizás el más mencionado y el más cantado del mundo por cuenta de la belleza de muchas de sus 212 estaciones. Pero más allá de ese lugar común la verdad es que usar el Metro es un camino interesante para aproximarse a la vida diaria, a la cotidianeidad de esta gigantesca ciudad.
Por ejemplo, si uno se baja en Strogino, en una moderna estación, va a encontrarse con el bulevar Stroginsky y con complejos de apartamentos que parecen de la era soviética.
Es cuestión de salir de allí y caminar un poco para encontrarse con esos edificios, hechos de tal manera que sus propietarios se sienten en igualdad de condiciones puesto que la mayoría tiene el mismo tamaño.
Pero, sin duda, lo más llamativo de Strogino es la Iglesia de los Nuevos Mártires y Confesores de Rusia, por su belleza austera y su cordial invitación a visitarla. Cuando me acerqué a verla de cerca, un niño se me arrimó tímidamente a pedirme unas monedas. Era la primera vez que eso me pasaba en Moscú.
Luego tomé el metro y me dirigí a Krylatskoye, que sirve al Osseniy Bulevar y a una gran avenida, ya muy moderna y muy urbana.
Aquí en Krylatskoye pueden verse de nuevo los complejos inmensos de vivienda, muy uniformes y casi simétricos.
Luego volví a abordar el Metro y me bajé en Molodyojnaya.
Empecé a observar que la arquitectura y la estructura de la sucesión de estaciones empezaban a cambiar un poco, de la moderna del comienzo hacia el pasado, hacia la historia y el testimonio de la ciudad. En Molodyosjnaya vi más movimiento, ventas y, por primera vez, baños públicos (una caja roja que podría confundirse con una caseta de información).
Avancé y llegué a Kuntsevskaya, que daba a otra avenida grande flanqueada por edificios de apartamentos.
Preferí continuar con el recorrido y desemboqué en Slavansky Bulevar. Allí la estación tenía un aviso muy llamativo y una forma de canasta.
Después caí en Park Pobedy, que me impresionó por las largas escaleras eléctricas que le permiten a uno salir o entrar, asomarse o sumergirse en las entrañas del Metro.
Por esta estación tuve acceso a Kutusovskiy Avenue, que me permitió admirar el Arco del Triunfo de Moscú, que ha sido reemplazado o reubicado varias veces y que conmemora el triunfo sobre Napoleón.
Ya poco a poco me iba acercando a las joyas del Metro. Por eso, avancé a Kiyevskaya. En el vagón me pareció curioso que hubieran emplazado una pantalla para ver los partidos del Mundial. Aquí ya comenzaban las pinturas alusivas a la revolución Bolchevique.
Llegué entonces a Smolenskaya. Cada vez que el Metro se acerca al centro son más antiguas las estaciones.
Y ya para terminar, me fui a la estación Artbatskaya, que permite llegar a la gran biblioteca Imeni Lenina.
Finalmente, me bajé en la estación de la Plaza de la Revolución. Una obra de arte.
Ahí, saliendo, es cuando aparece la Plaza Roja. La gracia está, obviamente, en tomarse su tiempo en cada estación. Cada una es un mundo diferente, una historia distinta, más en una ciudad tan rica como Moscú. Aunque sabemos que nunca la dominaremos por completo.
Por Juan Manuel Ruiz, enviado especial a Rusia.
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