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El locutor se derrumbó cuando uno de sus oyentes le contestó con una grosería.

Se sintió muy mal, sobre todo teniendo en cuenta que siempre se empeñaba en ponerle alegría al programa de complacencias y saludaba con una disimulada cortesía a sus oyentes.

-Buenas noches, ¿de dónde nos llama?, preguntaba el alegre hombre de la radio empeñado en ofrecer las canciones favoritas a sus compañeros de viaje radial.

La fórmula era un toque de coquetería con las damas y complicidad con los caballeros para hablar de sus amores y dedicar la canción perfecta.

Estos programas fueron en ejercicio democratizador de los medios para abrir un espacio al oyente que por un momento se sentía protagonista cuando mencionaban su nombre al aire.

-“Una canción a cambio de la sintonía no está mal”, solía decir el orgulloso locutor para justificar la existencia de su programa.

El mismo ritual de preguntar el nombre, la canción que quiere escuchar, y muy importante, de dónde llama.

Juguetear con el oyente mientras se comenta el título de la canción e inventar historias de amor y desamor mientras se escucha la voz de un hombre que tiene su minuto de fama cuando se asoma a la radio.

Todo iba viene esa noche, hasta que apareció el gracioso que no falta.

- ¿Buenas noches, de dónde nos llama?, preguntó el locutor con voz impostada.

-“De la puta mierda”, gritó el hombre antes de tirar el teléfono.

Y luego un silencio profundo, un locutor asustado tratando de disimular la incómoda situación al aire y una promoción del programa que se escuchó claramente.

-“Radio Popular está en todas partes”.

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