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El cubano Raúl Gutiérrez Sánchez fue detenido en Pereira el 13 de marzo por la Dijin de la Policía. Lo acusan de planear un atentado en Bogotá contra funcionarios de la embajada de Estados Unidos en el país.

Los detalles no eran menos sorprendentes: el cubano fue contactado por Telegram, la red de mensajería instantanea predilecta de los reclutadores de ISIS por su promesa de mantener las conversaciones secretas. Allí, una persona en España le pregunta al cubano cómo van los preparativos para el atentado y luego le dice “¿te vas a sacrificar?”, Gutiérrez Sánchez responde: “Si toca, toca (...) Pedí trabajo como lavador de platos”.

La bomba, dice la fiscalía, la pondría en un restaurante frecuentado por funcionarios de la embajada.

En las conversaciones también hay instrucciones sobre cómo construir explosivos caseros utilizando tuercas y tornillos como metralla. Le dice, además, que camufle el explosivo en un morral, copiando el método utilizado por el terrorista de Manchester en el concierto de Ariana Grande. 

Algunos medios copiaron uno de los mensajes: “Lo harás a nombre del Estado Islámico, hazlo por la causa. Alá te recibirá en el paraíso, hazlo a nombre de Alá, del islam, para vengar a los hermanos caídos. Solo te pido que lo hagas en nombre del Estado Islámico (EI); yo sé que vos tenés una idea de qué es EI. Alá te recibirá en el cielo”.

La pregunta que se hicieron muchos lectores de la noticia es si había llegado el terrorismo de ISIS a Colombia. Algunos políticos, aprovechando el instante de temor que genera un episodio como este, empezaron a contaminar las redes sociales con sus prejuicios sobre los musulmanes y a impulsar la idea de que nosotros, los de la "religión buena", somos unos perseguidos por parte del islám. Propongo entonces algunas consideraciones sobre lo ocurrido.

Lo primero lo repite en cada entrevista la escritora sobre las religiones Karen Armstrong, ganadora reciente del Princesa de Asturias de las Ciencias Sociales y experta en el Islam: los yihadistas (los que hacen la yihad) no son particularmente religiosos. Si lo fueran no cometerían atrocidades semejantes. Lo que Armstrong trata de decir es que el terrorista de Manchester, el que atropella y mata en Nueva York, el que apuñala en un metro de Berlín, no suele ser un musulmán convencido, disciplinado y juicioso en el estudio de su religión.

Hagan el ejercicio de leer los perfiles de estas personas: estaban en problemas en sus vidas, suelen ser recordados como individuos (casi siempre hombres) que meses antes del atentado llevaban vidas desordenadas. El de Manchester, por ejemplo, era presentado por El País de España como "un joven aficionado al cricket y fan del Manchester United, fumador de porros y consumidor de alcohol". Armstrong tiene razón. Quienes radicalizan, que tienen una interpretación amañada del islam, aprovechan la ignorancia de estos jóvenes para persuadirlos en el camino del horror.

Lo segundo es que cualquier país en el que haya presencia de embajadas de países de la coalición contra ISIS, Estados Unidos, Francia, Rusia, Alemania, podría tener amenazas terroristas de este tipo. Eso no quiere decir, sin embargo, que ISIS haya llegado a Colombia.

El proceso de radicalización de un individuo se ha hecho más simple con las nuevas (claro que ya no tanto) tecnologías. El reclutador puede estar detrás de una pantalla en Málaga o en Sevilla y el reclutado en una silla en la sala de su casa en Lisboa o en Buenos Aires. Pueden, también, no conocerse nunca. ISIS ha repetido una y otra vez que los "seguidores de la causa" deben usar lo que tengan a mano para matar infieles: carros, cuchillos, piedras, bombas caseras. Esto hace que la logística sea más simple y mucho más difícil de detectar por las autoridades.

Finalmente, una recomendación. La señora Armstrong, que ya he citado acá, tiene varios libros para entender mejor el islam. Uno se llama así, El Islam, que está traducido al español, y otro que recién publica Tusquets sobre la vida de Mahoma, el profeta.

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