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Se llama Aurora y toda la vida estuvo con la oreja pegada al radio inventando finales para las radionovelas.

Su nombre podría ser usado como título de una radionovela que empiece durante las Fiestas de la Cosecha al norte de España, mientras la Virgen de la Oliva es llevada en andas por los fieles ataviados con trajes rituales.

82 años de vida podrían servir para contar una historia de amor en medio del régimen franquista que con mano de hierro lo controló todo durante casi cuatro décadas.

La radio estatal no estaba para contar historias de libertad ni de sueños y por ello nombres como “El consultorio de Elena Francis”, “Ama rosa”, “La sangre es roja” o “Lo que no muere”, se habían apoderado de las ondas hertzianas capturadas por el régimen.

España y el mundo registraban en la postguerra un desarrollo fulgurante de la radio y las series, mientras los concursos y las transmisiones deportivas ejercían una fascinación colectiva.

Aurora es hija de esa generación que encontró en la radio un espacio vital en el que era posible encontrar voces maravillosas que hacían reír y sufrir.

Habla con emoción de sus tareas en la cocina, de sus momentos imaginando el próximo viaje, de sus largas faenas nadando y de sus recuerdos de los tiempos de las radionovelas.

Y es que con una dictadura militar como telón de fondo, “Lucecita” se convirtió un fenómeno que convocaba a las familias de lunes a viernes después de las seis de la tarde, en el que se convirtió en un eterno seriado por cuenta de la imaginación de la cubana, Delia Fiallo.

-“La gente se reunía en la casa y si no tenían radio pasaban a las casas vecinas para poder escucharla”.

Todos los días había un pretexto para hablar del sinvergüenza de la serie, para insistir en lo buena persona que es el protagonista y odiar colectivamente a los malos.

Aurora no recuerda el final de Lucecita en la radiodifusión española, pero es seguro que la historia de la niña ingenua y campesina terminó en matrimonio.

Es posible que sienta pena al reconocer que siendo joven escuchó “Matilde, Perico y Periquín” y que algunos piensen que sigue siendo una romántica y una bobalicona empedernida.

Siempre imaginó finales que nunca llegaron y por eso se sorprendió cuando la caída de la dictadura supuso la condena a muerte de las radionovelas

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